14.1.10

3. Tú.

Tú.
Tu nombre; el que se hunde entre miles. El que millones pronunciaron pero jamás recordaron. El típico nombre que los padres les dan a sus hijos. Pero por eso lo amo; porque nadie lo recuerda. Porque fue oído por muchas voces, fue cantado en momentos de pena y gloria. Tu nombre, el que estaba escrito en aquella hoja de papel blanca. Tu nombre, el que hizo estremecer mi interior.
-
Tu sonrisa; vista por muchos, jamás elogiada como debería ser. Tristeza marcada en la punta de tus labios, un par de pétalos de un leve rojo carmín desgastado, como el dinero al pasar por varias manos. Fue tu sonrisa, entre muchas, a mitad de un chiste en lo que yo puse vista en. Fue tu sonrisa la que me hizo sonreír de nuevo.
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Tus ojos; un par perfecto del color correcto en el clima de mi vida. Como se fijan en cosas bizarras y remotas, alejadas de la vida cotidiana de cada quien. Los que cautivan a un padre a ser mejor. Los que cautivan a un hijo a sonreír a mitad de un funeral. Los que cautivan al mendigo a sonreírle a la lluvia que empapa sus vestidos. Fue tu mirada entre muchas la que obtuvo mi atención. Fueron tus ojos húmedos los que me hicieron llorar por mi padre.
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Tú.
Porque nadie se compara contigo, eres único entre muchos y saltas encima de los que están en el montón.
Tú.
Porque me haces reírle a los que se sientan a mi lado, porque jamás conocerán a un ser como tú. Me haces sonreírle a la Luna por ser, porque sin ella tal vez no formarías parte de mi vida. Me haces llorar, porque sé que pronto me veras con otros ojos y olvidaras quien soy. Me haces maldecirme a mi misma por ser como soy, porque quiero ser la mejor para ti.
Tú.
Que eres el caballero que saco la espada de la piedra con la que mi corazón había sido apuñalada.
Tú.
Que eres la lluvia que mis ojos ven. Eres la lava que cubre mi corazón. Eres la brisa que acaricia mis sentidos. Eres la voz que me arrullo mientras dormía. Eres el fuego que incendio mi sangre. Eres la tierra que permanece virgen.
Tú.
¡Hey, tu!
Si, tú ¿me oyes?
¿No? Pues agudiza tu oído.
Quiero decirte que—
Si, si quiero marcharme ya.
Pues—
¿Yo?
No, tú.
Tal vez, la memoria me falla.
¿Ahora si me dejarás hablar?
Gracias.
Te amo.
Si.
No, no es broma.
¿Tú me amas?
[…]
Vale, no respondas.
¿Siquiera me quieres?
No.
¿No?
Entonces ¿Qué significo para ti?
¿Enserio?
¿Significo la vida para ti?
¿Y más?
¿En serio?
Me harás sonrojar.
Guarda esos elogios para alguien con la autoestima baja.
Si.
No.
¡No lo sé!
¡TE AMO!
Perdón, era necesario.

9.1.10

2. Lágrimas caían.

Hoy es un buen día para soltar lágrimas.
¡Corre! ¡Mira que ya nos van a alcanzar!
Sonrío como solo una virgen sabe hacerlo.
¡Mierda! ¡APURATE, Pendeja!
Mis manos están sucias.
¡DEMONIOS!
Hay tierra dentro mis uñas.
¡Muévete!
Hoy es un buen día para soltar lágrimas.
¡Ahí vienen otras!
Pienso en mi madre alcohólica.
Rápido. Rápido. Deslízate ya.
Pienso en el hombre que le pegaba.
Ya falta poco. Sobre la orilla ya casi voy.
Me miro en el espejo y veo una lágrima luchando para caer.
¡Sácame de este calvario!
Limpio mi cara y observo que las lágrimas han desaparecido.

4.1.10

1.

Era una cálida tarde de Enero. Las personas respiraban, leían, reían, observaban el paisaje y tomaban café. Inhaló profundamente el delicado olor a canela, y suspiró con un gran alivio en sus pulmones.
Se levantó de la silla y empezó a caminar a donde debía. Su mente estaba en blanco, despistada y tranquila.
Desde el ojo exterior se podía admirar su caminar elegante, su larga melena dorada balanceándose y rozando su espalda. Sus brazos delgados moviéndose silenciosamente y sus zapatos de tacón rojo haciéndose resonar.
De su piel desprendía un olor a incienso. Tóxico y maravilloso a la vez.
Y, ella, tarareaba audiblemente.
Tic
Tic
Tic
Tic
Tic, el reloj marcaba los segundos. Haciéndole recordar a la mujer de melena dorada que iba tarde a su cita.
Ella, obviamente, no estaba al tanto de quien la vería y el por qué.
Solo recibió una carta roja con una nota. Y ésta tenía escrita “A las tres y media, a la vuelta de la esquina de tu café favorito”.
Esa mañana se había puesto un corto vestido negro; el cual ponía al descubierto su busto y de las rodillas para abajo. No sabía si le esperaba alguien importante o algún admirador secreto y por eso nerviosamente se colocó labial en sus labios.
A la esquina había un callejón bastante estrecho.
Unos basureros gigantes con ruedas, unas cajas de cartón que reposaban en el suelo, y el olor hediondo a alcantarilla le recordó a cierta escena de película.
En cuestión de segundos al haber adentrado el callejón, un silencio repentino ahogó el lugar y se dio cuenta de que sabía lo que le esperaba.
Se volteó con un aire seguro, caminando hacia la figura envuelta en una capa negra. Al estar a un metro de distancia con una de las comisuras de sus labios levantada, las cejas arqueadas, la espalda firme y una de sus manos en su cintura le murmuró a la muerte “Padre”.