Él le pidió perdón.
Ella lloraba, montones de lágrimas empujándose para salir de sus pequeños ojos.
¿Cómo sería ahora en adelante para ella? Tan débil y tan indefensa. Sin nadie en que apoyarse o confiar o… llorar con. Nadie a quien agarrarle la mano. Nadie con quien hablar.
El silencio era su condena.
Era como si desde adentro la hubieran destrozado. Hallando su camino hacia afuera. Comiéndose su latiente corazón. Destrozando cada célula de su cuerpo.
Se quedaba vacía. Completamente vacía. Como un vaso, el cual nunca fue llenado; solo observado: por ojos hambrientos e inseguros.
Valientemente se levantó de la silla, olvidando la conversación, olvidando que pasaba, olvidándolo a él. Ignorando la humedad de sus ojos. Ignorando los gritos que emanaban sus manos diciéndole “Destrózate”.
Olvidar e ignorar.
Se restregó una mano por sus ojos. Tal vez con más fuerza de la debida.
Se acostó en la cama, pensando en mentiras y rechazos. Los cuales había afrontado toda su vida y se durmió con tal facilidad que pensarían que estaba muerta.
Y lo estaba.