Solía odiar a todo el mundo.
Solía querer estar sola.
Solía quedarme despierta en las noches,
en las madrugadas, en el día;
por el simple hecho de no querer ser como los demás.
Porque odiaba a los demás,
odiaba a todo el mundo.
Hasta que un día me detuve en seco
y me reí de mi misma, incluso hasta lloré un poco
Y empecé a amarlos a todos
No por una razón específica
Sino por la simple dicha de amar
Porque me di cuenta que
Cuando comienzas a amar
también comienzas a ser amado.
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